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Los 4000 años de los que hablamos abarcan lo que conocemos como la civilización occidental: un período de expansión desde el oriente que ha dado forma al mundo tal como lo conocemos hoy.
Antes de Babilonia, ya existían naciones pequeñas, desarrolladas y estables. Crecíamos, pero solo en función de nuestras necesidades. Si hubiéramos continuado evolucionando solo por necesidad, probablemente seguiríamos en la misma parte del mundo. En ese momento, ocurrió algo radical que hizo que las personas necesitaran y desearan dispersarse, estableciendo un choque fundamental de valores que dejó una marca en el patrón de crecimiento social que aún resuena a lo largo de la historia.
¿Podría ser este cambio la aparición del monoteísmo y el rechazo del politeísmo, como sugiere la Biblia? ¿Realmente dice eso?
Aunque habla de un conflicto entre Abraham y el Rey Nimrod, de la Torre de Babel y la destrucción de los ídolos, un grupo de personas que abandonan la antigua Babilonia para formar una nación basada en un principio diferente. Pero no es simplemente una fábula sobre un hombre y sus seguidores. Es una disputa sobre cómo lidiar con una fuerza que comenzó a emerger en la familia humana: una colisión de ideologías sobre nuestra conexión con la ley de la naturaleza y cómo construir de acuerdo con ella, o ignorarla y enfrentar las consecuencias.
A medida que nos distanciamos de este antiguo conocimiento, lo hemos convertido en mito, relegándolo a la religión. Pero en su esencia, la Biblia no trata de misterios religiosos; explora la relación entre la naturaleza y los humanos. Más adelante profundizaremos en este tema.
Aunque no lo recordemos conscientemente, seguimos sintiendo su influencia en nuestra realidad diaria.