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Seamos realistas, nuestras reacciones hacia los judíos, ya sea como judíos o no, están arraigadas profundamente. No importa cómo prefieras pensar o sentir, positiva o negativamente.
Estas reacciones surgen dentro de ti de manera casi automática. Es como el latido del corazón o los impulsos cerebrales que nos mueven; no tenemos control consciente sobre ellos.
La dinámica de esta relación entre aquellos que se identifican como judíos y aquellos que no lo hacen es compleja. El antagonismo no es culpa únicamente de los llamados antisemitas, ni se limita exclusivamente a los judíos. Ambos estamos igualmente influenciados por esta dinámica interna que compartimos, y quizás eso esté destinado a ser así.
Entonces, ¿por qué tenemos estas reacciones? ¿Por qué no podemos controlarlas? ¿Cuál es su propósito si están integradas en nosotros? ¿Qué define realmente a alguien como judío o no judío?
Tenemos muchas suposiciones, mitos y teorías sociales, pero ninguna parece ayudarnos a comprender o cambiar esta dinámica.
Desde la Segunda Guerra Mundial, hemos tratado este fenómeno como un problema de racismo, implementando leyes y programas educativos para erradicarlo. Sin embargo, solo hemos abordado los síntomas, no las causas subyacentes. Esto ha llevado a que las tensiones resurjan de manera aún más destructiva.
Quizás este sentimiento profundo surge porque toca nuestra percepción fundamental de cuán interconectados estamos. ¿Se trata más de lo que nos une que de quiénes están unidos?
Solo podremos abordar este tema cuando nuestras explicaciones y comprensión sean accesibles para todos, independientemente de su cultura o creencias.